
“Alone Together” (Solos juntos), el libro de Sherry Turkle, explica cómo actualmente utilizamos nuestras máquinas para no estar solos nunca pero siembre controlado cuándo y cómo interactuar. Es decir, cuando estamos rodeados constantemente de gente no estamos solos, pero en las interacciones cara a cara no tenemos el control. Con nuestros dispositivos, sí.
El problema es determinar hasta qué punto la intimidad real está por encima de la necesidad de tener ese control. Al final, todos estos dispositivos, como explica Marty Orzio en Ad Age, pueden llevarnos a ver a los demás como objetos a los que acceder cuando queramos o al riesgo de asumir que siempre podremos encontrar algo útil, algo confortable y divertido en el momento que queramos.
Pero, aunque los dispositivos tecnológicos facilitan la comunicación de forma que todo esto hace 10 años nos parecería impensable, hay cosas que han quedado descolgadas. No hay química, no hay oportunidad de comprobar compatibilidades con el interlocutor, de ver a través de su lenguaje no verbal su reacción ante lo que le estamos proponiendo.
Por eso, ya sea con amigos, empleados o clientes, hay que determinar primero cuál es el efecto que se quiere conseguir con una comunicación, elegir la conexión apropiada y, desde luego, estar dispuesto a esperar que alguien te sorprenda.
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